Los papeles de las dos reinas contrincantes son muy exigentes vocalmente, pero tanto la celosa y fría Isabel I, insegura y temible, en la poderosa voz de la mezzo rusa Aigul Akhmetishina, como la preciosísima voz de María Estuardo en boca de la soprano Lisette Oropesa, mostrando toda la delicadeza y finura del bel canto, estuvieron muy a la altura y el público se rompió las manos aplaudiendo después de algunas asombrosas arias. El papel de la Estuardo es complejísimo por los cambios del temor, la desesperación, la angustia o el despecho. Ambas resultaron portentosas en sus dúos y convencieron por su expresividad y el dominio de sus voces, terminando María antes de llegar al cadalso con la espléndida caballeta. Un reparto de lujo.
Ainsi lorsque Lisette Oropesa endosse l’habit de la reine d’Écosse, l’on subodore qu’elle n’en a pas complètement les moyens… ce qui va se confirmer. Elle possède, en revanche, un tempérament d’artiste qui lui permet d’oser et d’aller au bout de ses engagements.
Un élément montre bien à quel point Donizetti entendait ménager ces deux sopranos, c’est que la reine d’Écosse apparait au deuxième acte après près de 40 minutes de musique. Oropesa démontre d’emblée les qualités belcantistes qu’on lui connait : la voix est très belle et souple, le legato irréprochable ; le médium et les graves élégants, ainsi que les aigus aériens constituent une indéniable assise pour le rôle. La cavatine d’entrée (« O nube che lieve per l’aria ti aggiri ») est exemplaire, mais la cabalette (« Nella pace del mestro riposo »), si elle est enlevée et si la chanteuse n’hésite pas à tendre son chant à l’extrême, laisse transparaître qu’elle va peiner à vaincre toutes les difficultés du rôle. Le duo qui suit avec Leicester est un très beau moment de belcanto. Mais le moment de vérité arrive inévitablement avec la confrontation avec Akhmetshina et la scène des injures.
Elle tient d’abord dignement tête à la reine et son chant est, en tous points, distingué. Mais le « Figlia impura di Bolena, parli tu di disonore? / Meretrice indegna e oscena, in te cada il mio rossore. /Profanato è il soglio inglese, vil bastarda, dal tuo piè! » (« Fille impure d’Anne Boleyn, tu oses parler de déshonneur ? / Femme indigne et lascive, que ma honte retombe sur toi. / Le trône anglais est profané, vile bâtarde, par ta présence ! ») pourtant émis dans un registre grave parfait, atteint les limites des moyens de la soprano. Elle fait preuve ensuite d’une grande sensibilité dans les scènes de la seconde partie de l’acte deux avec Talbot et elle livre un « Quando di luce rosea » exemplaire, car elle peut là évoluer dans des demi-teintes où elle fait merveille. La scène de la prière, encore fort bien chantée, se heurte, cependant, à une longueur de souffle insuffisante pour assurer la fameuse note à émettre en mode piano sur de nombreuses mesures. Au-delà des limites de la voix de la soprano, la scène finale montre le total engagement d’une artiste qui, une fois de plus, a joué de son intelligence pour surmonter les écueils.
Ya en el segundo acto fue Oropesa quien ya terminó de caldear el patio de butacas con su allenta il pie… Oh nube che lieve, el aria y cabaletta con las que sale a escena. Limpia, perfecta, delicada, ingenua, exquisita… Ahí puso las cartas boca arriba, en tercer acto, ya en el patíbulo, con un dominio del legato propio de la grandísima cantante que es. ¡Menudo tercer acto nos regaló!
El papel de María Estuardo, una de las cimas del repertorio belcantista, encontró en la soprano estadounidense (y cubana), Lisette Oropesa una intérprete de gran virtuosismo. Desde su aria inicial, “O nube che lieve per l’aria”, hasta su desgarrador adiós en “Ah! Se un giorno”, Oropesa ofreció una lección de control técnico y profundidad emocional y demostró ser una intérprete de primer nivel. Aunque debutante en este exigente rol, no desaprovechó la oportunidad de desplegar todo su talento. Desde su primera aparición, destacó por la pureza cristalina de su voz, su capacidad para afrontar los agudos con una naturalidad pasmosa y su destreza en los momentos de mayor interacción dramática, como los dúos y conjuntos. Su María es una figura cargada de complejidad: debilitada por años de encarcelamiento, pero manteniendo el temple y la dignidad de una reina, temerosa ante la sombra del Cadalso, pero sin sucumbir a la desesperación. La soprano estadounidense supo encarnar estas dualidades con notable precisión. Especialmente en su confrontación con Isabel su interpretación alcanzó su zenit, con un fraseo cargado de matices y una intensidad casi palpable.
Es entonces cuando la soprano estadounidense de origen cubano Lisette Oropesa coloca al personaje en una posición vocalmente indiscutible, grande, también orgullosa en su propia seguridad. Las irisaciones abundan desde la primera escena en la que se muestra reflexiva y frágil. Oropesa ofrece ahí una voz todavía luminosa que hace muy difícil adivinar la transformación posterior: la humillación durante el encuentro con Elisabetta; la resignación y la convicción que logra en la gran y siniestra última escena. El sentido poliédrico que implica la interpretación de Oropesa tiene mucho que ver con el proyecto escénico de McVicar quien vuelve a demostrar sus cualidades de ilusionista reinventando el tiempo histórico gracias a la especulación que propone el estupendo vestuario hecho en colaboración con Brigitte Reiffenstuel y la minuciosa iluminación de Lizzie Powell.
Lisette Oropesa estuvo fabulosa, técnica e interpretativamente. Maria es un papel de tesitura central y en principio me parecía que la voz de la Oropesa, por lo que la había visto hasta ahora, tendía más hacia el registro agudo. Pues bien, tuve la impresión de que su voz está evolucionando hacia otros derroteros, y no es ajeno a ello el trabajo de la artista. El pasaje hacia registro inferior está muy trabajado para dar sonoridad a esta franja de la voz manteniendo homogeneidad en el instrumento.
Resulta embarazoso asistir al sacrificio de Lisette Oropesa en la comodidad de la butaca. Y no solo porque el papel de Maria Estuardo la conduce al patíbulo en la escena final, sino porque la ópera homónima de Donizetti implica un martirio a fuego lento que exige virtuosismo vocal, resistencia física, fortaleza psicológica y credibilidad artística. No se baja del trapecio un solo instante la soprano estadounidense (y cubana). Las arias y los dúos se eternizan. Pero nunca yerra ni desfallece. Al contrario, la diva reacciona con insultante autoridad y excelencia técnica. La belleza del timbre y la afinidad al repertorio predisponen un estado de gracia que convierte el tormento en una experiencia mística. Lisette Oropesa llega a levitar. Y finaliza cada escena, cada cuadro, exhibiendo un sobreagudo valiente y descarado cuya inversosimilitud atraviesa como un estilete el cielo del Teatro Real.
Lo mejor de la noche continuó hasta el final de la ópera. Donizetti compensa admirablemente lo sórdido con lo sublime, pero necesita una artista vocal con el talento, la expresividad y la fortaleza de Lisette Oropesa. La soprano estadounidense de origen cubano coronó una impresionante evolución psicológica desde la confrontación violenta hasta la elevación espiritual con 25 minutos de canto excepcional. Su interpretación de la bellísima D’un cor che muore, que estuvo a punto de ser arruinada por un móvil, fue el número más emotivo y lo coronó con sublimes filados. Pero no se quedó atrás su maestoso final Ah! se un giorno da queste ritorte con un exquisito affrettando y el añadido de un cegador re sobreagudo final, antes de poner su cabeza sobre el tajo y que viéramos al verdugo alzar el hacha. Oropesa también brilló en su cavatina del primer acto, con un exquisito fraseo, y exhibió un virtuosismo descollante en la cabaletta que adornó con gusto en la repetición.
Oropesa, muy querida por el público en Madrid, es una grandísima soprano lírica que ha ido madurando y ensanchando su voz a lo largo de su carrera, manteniendo la limpieza y transparencia de su canto, un fiato apabullante y un característico vibrato tan personal.
Con una dirección de actores detallista, la soprano Lisette Oropesa debutaba en el exigente rol de Stuarda, su primer Donizetti dramático. Y aunque no fue la apoteosis belcantista, dio credibilidad a la reina que se humilla y se enoja, la incauta que insulta a la monarca para, después, encaminarse al suplicio, la redención y la resignación.
Molto pregevole la voce di Lisette Oropesa – uno dei soprani più versatili degli ultimi anni, abbastanza coerente nelle scelte di repertorio – nel ruolo della regina di Scozia: la sua interpretazione conferma le qualità già tante volte apprezzate, nell’emissione ferma, nei trilli, nel vibrato delle parti elegiache e nella dizione, anche se i momenti più concitati non sono esenti da qualche ombra (per esempio, le agilità poco precise). Il pubblico di Madrid le tributa un vero trionfo, anche perché della lunga scena finale, con l’interlocuzione con il coro (sempre molto professionale) e le messe di voce della disperata preghiera, è davvero un’ottima interprete.
La ópera pertenece, como muy bien anuncia el programa del Teatro Real, al llamado belcantismo, oportuno recordatorio que aquí llega en todo su significado, algo más complejo de lo que puede parecer. Para que se manifieste en todo su esplendor el canto tiene que ser efectivamente bello, lo que en esta ocasión se logra plenamente gracias a la excelsa interpretación de la soprano Lisette Oropesa, en una reina de Escocia ante la que sucumbimos no tanto por lo que dice sino por lo que transmite Donizetti a través de su privilegiada voz y de su sutil y penetrante arte interpretativo. Un alma femenina que recuerda, se queja, se rebela con b y se revela con v como un ser humano vivo y próximo.
Oropesa desentrañó la extrema dificultad del rol con argucia belcantista, midiendo el rol con precisión y prudente para llegar al final catártico con las fuerzas suficientes. La voz responde con elasticidad y buscando los colores de un timbre todavía acostumbrado a roles más ligeros. Un trabajo loable que ganará con cada función en otro triunfo personal para Oropesa, quien vive un momento determinante de su estelar carrera a la búsqueda de ampliación de repertorio.
Frente a este torrente vocal, Lisette Oropesa, que debutaba en el papel, terminó por convertirse en una secundaria de lujo. Las cualidades que la han llevado a la fama brillaron también en su Maria Stuarda: el exquisito control de las dinámicas, el legato impecable que lució en la “Preghiera”, sus sobreagudos cómodos y un alegato final cargado de sensibilidad y encanto. Su interpretación enamora, y su canto conmueve profundamente.
Enfin, Lisette Oropesa triomphe dans le rôle-titre. Le timbre de la soprano américaine présente une fraîcheur étonnante dans la mesure où elle est habituellement le fait de soprani légers, ce que la chanteuse n’est pas : l’aisance de la projection vocale ainsi que de beaux graves, bien assis, la rendent tout à fait légitime dans cet emploi, lui permettant un « Nella pace del mesto riposo » souverain et une confrontation avec Elisabetta pleine d’autorité. Mais c’est bien sûr dans la longue scène finale qu’elle émeut le plus, avec notamment une prière (« Deh! Tu di un’umile preghiera il suono ») de toute beauté, magnifiée par de longs aigus filés chantés piano et pianissimo. Le succès remporté par la chanteuse auprès du public a montré qu’elle marchait dignement dans les pas d’une Montserrat Caballé ou d’une Edita Gruberova, pour ne citer que deux de ses illustres devancières s’étant produites sur cette même scène du Teatro Real, respectivement en 1978 et 2003.
El reparto era prometedor en tal sentido, sobre todo por las dos damas protagonistas del drama. Lisette Oropesa debutaba en el rol aunque hoy en día es un valor seguro en el panorama operístico y no desperdició la ocasión para mostrar sus cualidades. Desde la primera escena, brilló por su limpidez en la emisión de la voz, su facilidad para alcanzar las notas altas, su versatilidad para los dúos y los conjuntos. Musicalmente fue brillante a lo largo de la representación, arrancando numerosas ovaciones como en "Deh, tu di un'umile preghiera", con un excelente control del fiato. Dramáticamente, es un personaje complejo: debilitada por el encarcelamiento, pero sin abandonar su orgullo de reina, aterrorizada por la perspectiva del patíbulo, pero sin perder la dignidad, la soprano estadounidense reunió eficazmente esas dos facetas aunque tal vez faltó algo de carácter en el momento en el que se rebela contra Isabel.
Lisette Oropesa en su papel de María Stuarda logra emocionarte y mucho. Esta soprano nacida en Nueva Orleans y de orígenes cubanos hace gala de una sensibilidad que sobrepasa la del personaje. Los momentos de angustia que vive la reina de Escocia en el desentendimiento y sobre todo de desesperación que vive con la Reina de Inglaterra y que le acaba costando la vida son llevados a cada nota musical que sale de su garganta con verdadera maestría. La suya es un instrumento vocal que ella conoce y domina por eso frasea como lo hace y llega como llega y es que solo alguien con tanta calidad como intérprete puede salir airosa de compartir escenario con la grandeza de alguien como Aigul Akhmetshina mezzosoprano rusa que se apodera de la escena con solo salir.
Para este duelo a muerte entre la reina católica y la anglicana, doblado por el enfrentamiento a causa de un hombre, el Teatro Real presentó un reparto de campanillas, de los mejores que se pueden escuchar hoy en día. Lo encabeza Lisette Oropesa, en estado de gracia, con una voz limpia, luminosa, con un control perfecto de la respiración y un hermoso fraseo, que hace posible unas agilidades sin fallos, pianísimos y filatos fuera de serie, muy en particular en su conmovedora actuación durante la famosa preghiera del último acto.
Oropesa acierta en su página de entrada “Oh nube! che lieve per l'aria t'aggiri” y sabe dar sentimiento en “Di un cor che more”, ya dentro de lo que Donizetti bautizó como “el aria del suplicio” al final de la ópera, para terminar a lo grande en la cabaleta “Ah!, se un giorno de queste ritorte”. Seguridad en el registro agudo -una nota calante no desmerece-, la claridad en la emisión y el impulso sentimental, cantando sí, pero también interpretando. Vuelvo al inicio, en esa escena final sentí una emoción que no vivía desde hace mucho tiempo, llegando a aflorar las lágrimas. Por un momento, cerrando los ojos, se volvían a escuchar intenciones y armas de Caballé y, volviéndolos a abrir, incluso llegué a verla en la escena. Créanme que eso es un gran mérito de Oropesa, por cierto residente ahora en Madrid con piso en la Latina.
Excelsa, en su languidez y penumbra, la entrada en escena de Oropesa camino del cadalso. A estas alturas del libreto, Donizetti ya se ha puesto muy funesto. Ya no hay reconciliación que valga. La soprano de Nueva Orleans siguió deleitándonos en sus tramos finales con esos recitativos sublimes y conciliadores. Es la propia Stuarda quien canta su elegía antes de entregar su cabeza. Entereza y desesperación contenida en un enésimo y último tour de force actoral y vocal de Lisette Oropesa, a cuyo nuevo rol vaticinamos larga vida más allá del catafalco del Teatro Real. Salvó la cabeza in extremis, Dios quiera que también las cuerdas vocales.